Las respuestas pueden ser múltiples y variadas.
Leer por placer, leer para buscar respuestas, leer porque estamos perdidos y queremos encontrarnos, leer como pasatiempo, leer porque alguien nos recomendó algo que pensó que podía gustarnos, leer porque vimos la tapa de un libro y un título que nos llamó la atención, leer porque nos dijeron que hay que leer, leer porque sí.
Patti Smith escribe que hay que escribir porque no podemos limitarnos a vivir. Y yo creo que esto podría trasladarse a la lectura: hay que leer porque lectura y vida están entrelazadas.
El lenguaje nos hace humanos. Las palabras dan cuenta de nuestra capacidad simbólica y en ellas radica el germen de lo esencial.
La ficción se nos presenta como un mapa ya trazado en donde podemos proyectar e introyectar aspectos nuestros y de los demás. Esto lo hacemos a través de un mundo creado con palabras en donde la imagen final la creamos nosotros. Es cierto que las tramas ya están construidas, sí, pero, en última instancia, somos nosotros quienes creamos el universo. Somos nosotros quienes con nuestra imaginación, tratamos de transformar lo que está escrito en algo tangible, aunque sea a nivel imaginario.
La ficción es un campo en donde todas las facetas del alma humana salen a la luz y en donde todas las realidades son posibles.
Un estudio realizado por Pierre-Marie Lledo, neurobiólogo francés, muestra que mientras al leer un libro un 80% de nuestras zonas cerebrales se activan, si miramos la película sobre ese libro, la activación cerebral se reduce notoriamente.
El proceso de la lectura implica la movilización y activación de muchos recursos a nivel neurobiológico. Pero el asunto no se limita solo a eso: la experiencia de la lectura despierta el espíritu.
Cuando leemos ficción conectamos lo que estamos leyendo con aspectos de nuestra propia historia. Estos mecanismos pueden darse de forma inconsciente o consciente y ambos aspectos son importantes. Existe un aspecto del texto que no es lo que está dicho, algo que subyace a toda obra literaria, que refiere al inconsciente del propio texto y del autor, que entra en juego con nuestro inconsciente. Este intercambio existe siempre, aunque no podamos notarlo.
Sabemos que el texto no fue escrito para nosotros exclusivamente, pero en el momento en que comenzamos a leer, todas las palabras están dirigidas a nuestra psiquis y nuestro cuerpo. Todo lo que está escrito dialoga con nuestra consciencia y con nuestro inconsciente. Lo que no está escrito, también. Lo que se cuela entre cada palabra, lo que florece de una metáfora, lo que es incierto. Entramos en un diálogo con nosotros mismos, con un otro y con lo colectivo.
Cortázar dice que los lectores tienen que ser activos: leer involucrándose y leer cuestionando. Cuestionando no solo el texto: cuestionándose a sí mismos.
Entonces, la ficción es ficción, sí. Pero la ficción es el puente que nos une con la realidad: es en la ficción en donde podemos ensayar, en donde podemos experimentarnos a nosotros mismos y a los demás, en donde podemos desplegar nuestro potencial, en donde podemos ser más humanos.
La lectura ha sido identificada como salvadora en momentos de crisis a lo largo de toda la historia.
Michèle Petit, antropóloga francesa que se dedica a la investigación de la lectura, menciona que el arte del relato permite organizar la historia propia y transformarla. Cuando estamos perdidos, son las actividades propiamente humanas las que nos salvan: un abrazo, las palabras de un amigo, una canción, una película, una pintura. Y la lectura.
La lectura es de particular importancia en las situaciones de crisis porque permite conocer universos ya creados, en donde el dolor y la salvación ya fueron puestos en palabras, así como el júbilo y el disfrute.
- Tiene que ver con encontrar fuera de nosotros algo que está dentro.
- Tiene que ver con vivir nuestra vida a través de otras vidas y con imaginarnos en otros mundos para así poder habitar el nuestro de una forma más auténtica.
- Tiene que ver con conocer el alma humana, porque es en la literatura donde a lo largo de toda la historia se ha mostrado lo esencial.
- En momentos de dolor, la ficción puede ser un refugio, un lugar al que recurrir para encontrar alivio, primero, y luego para fortalecernos.
En este sentido, hablo en primera persona: en todos los momentos de mi vida en donde tuve que atravesar el dolor, siempre hubo un libro que me enseñó que se le podía poner nombre a lo indecible, que las palabras amortiguan la caída, que la caída no deja de ser caída pero que, a través de los relatos, tiene un sentido, que mi experiencia tiene sentido.
Un aspecto fundamental y constitutivo de leer es el placer. El placer que nos confirma como seres humanos. Dejar que pase el tiempo sin darnos cuenta; meternos en un mundo paralelo, tan ajeno pero a la vez tan real; sentir en la piel una metáfora; encontrar en otras palabras las que nosotros no pudimos decir.
La lectura es una experiencia que hace que existir tenga sentido. Y ese sentido no tiene que ver únicamente en algo productivo: el sentido radica en la experiencia de sabernos nosotros mismos y sabernos humanos.
Es verdad que la literatura es muy útil. Además de que la lectoescritura permite materializar conocimientos y traspasarlos de generación en generación, es también un canal de aprendizaje.
Esta habilidad es fundamental para la socialización y la inserción en diferentes grupos y agentes culturales. También es verdad que a nivel psíquico contribuye al desarrollo cognitivo y, debido a que para que este proceso se dé son necesarias muchas otras habilidades, es una actividad muy beneficiosa para nuestro cerebro. A nivel inconsciente, es un canal privilegiado para la comunicación. Pero, ¿dónde queda el alma en todo esto?
Muchas veces, se asocia leer con conocimientos, o con una tarea que requiere más tiempo y atención de la que estamos dispuestos a invertir. Cómo ha sido usada la literatura a lo largo de la historia, sobre todo a nivel educativo, hace que, con frecuencia, los niños y adolescentes vean la lectura como algo tedioso. La lectura tiene que ver con el disfrute, con el juego, con habitar mundos en donde lo imposible es posible.
Encontrarnos con las palabras desde lo lúdico es un camino de ida y, una vez que se enciende la lucecita del placer, no hay vuelta atrás.
Entonces, cuando me pregunto por qué leer ficción, me respondo: porque nos hace más humanos.